En el más absoluto silencio público, Juan Román Riquelme arma el nuevo Boca, objetivo para el que la continuidad de Esteban Andrada, la contratación de un centrodelantero (apunta a Paolo Guerrero) y la llegada de un volante central son esenciales. Y el volante central es un peruano de selección que nunca jugó en un club de su país y con una particular historia con el actual campeón mundial de clubes.
Hoy, con 24 años, el mediocampista mide 1,85, jugó el Mundial de Rusia y viene de ser subcampeón de la Copa América siendo una fija para Ricardo Gareca. O sea que pegó varios estirones.
Igual, esa continuidad en la selección de Perú contrasta con su situación en el Feyenoord (es compañero del argentino Marcos Senesi) donde participó de 13 partidos (siete de titular) sobre 18 en la Eredevisie aunque sí jugó de entrada en la Europa League (siete veces titular en ocho encuentros), donde el equipo que dirige Dick Advocaat fue eliminado en la fase de grupos.
Con contrato hasta mediados del 2020, para Riquelme es una tentación su roce internacional, su presencia en la mitad de cancha y la importancia que le da Gareca. Además, a JR no lo convence del todo Marcone y el futuro de De Rossi es una incógnita. Sí hay expectativas por Capaldo. Y también, por este Renato Tapia que es alto pero al que Liverpool rechazó por «bajito».