A quién podría importarle un partido de sábado contra Newell’s a 72 horas de regresar a la máxima angustia como hinchas (por favor, no confundamos esto con la angustia posta de la vida). A nadie, claro. Es como si al astronauta, que el martes que viene va a embarcarse en una misión a la Luna, le importara si tiene algo para cantar envido en el truco que está jugando con sus parientes ahora.
El fenómeno se llama “tener la cabeza en otra cosa”. En esas condiciones salió Boca a matar el tiempo primaveral en la Bombonera.
Mauro Zárate estuvo a punto de meter un tiro libre con un tremendo efecto residual en su curva, Wanchope voló en vano para ensartar un centro que llovió desde la derecha y en un momento determinado a Izquierdoz se le acreditó el 1 a 0 en la cabeza, de la que salio una patada de caballo.
El partido seguía sin importarle a casi nadie, pero una cosa es que no te importe y perder y, otra, ganar aunque no te importe. Así que en el segundo tiempo hubo que salir a conservar lo conquistado. Para que no quedaran dudas, Zárate insistió con su verticalidad y lo tumbaron a los dos minutos. Ganas no faltaban.
Boca siguió atacando, mientras las tribunas cantaban enardecidamente por el porvenir inmediato. Todo hacía pensar que se trataba de una puesta a punto emocional. Ganar hoy para poder ganar mañana. El asunto es la confianza, y Alfaro (perdonen, pero en este apoyo estoy jugado) sabe perfectamente cómo hay que templarla.
Al final hubo distracción y se castigó con el empate. Pero como decíamos al principio: no le importo a nadie.